Nos hayamos parado a pensar en ello o no, todos como seres sociales que somos, tenemos la necesidad de sentir que pertenecemos a un grupo.
Hay sentidos de pertenencia impuestos, como pertenecer a una familia, ese lugar donde nos cobijamos cuando tenemos contratiempos, donde nos desahogamos sin tapujos, donde estamos deseando volver cada día, para recibir afecto sin condicionantes y donde poner a salvo nuestra autoestima.
El colegio es un lugar donde el sentido de pertenencia está condicionado por la elección de nuestros padres, no nos lo cuestionamos.
Cuando ya tenemos capacidad de elección y vamos labrando nuestra personalidad, elegimos equipo de fútbol, nuestro coche, nuestro barrio y nuestra pareja según se asemejen con nuestros valores y nuestra forma de ser.
Y si esto es tan sencillo, ¿por qué no tenemos el mismo vínculo entre nosotros y la empresa a la que pertenecemos?
Se ha considerado durante mucho tiempo que esto iba ligado al salario, pero hoy en día sabemos que esto es mucho más complejo.
Sólo el 20 % de los colaboradores considera que el dinero es suficiente para lograr un alto desempeño, esto significa que el otro 80% busca un variedad de incentivos mucho más amplio para mantenerse conectado a su empresa.
Las empresas, por tanto, deben saber cómo gestionar los vínculos emocionales de sus colaboradores para que se mantengan “enganchados”.
Para ello escuchar la voz de nuestros equipos se convierte en una pieza clave para transformar nuestras organizaciones de acuerdo a lo que ellos sienten y así tomar decisiones empresariales conforme a sus necesidades.
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